miércoles, 2 de junio de 2010

10:33 PM.

Una vez comencé a escribir un libro que se llamaba: America para los Desahuciados.
Lo dediqué a un niño de aproximadamente 5 años que conocí (no revelaré su nombre) donde hacía labores sociales para la basura donde me gradué llamada Santo Tomás de Aquino (revelaré el nombre abiertamente ya que me causa asco).
En fin, no escribo esto para degradar esa porquería, tan sólo recordé al niño por la siguiente historia:

En un aula de clases dónde miles de pequeños demonios de preescolar debían ser cuidados por una profesora algo humilde y con carencia de seguridad (esa era mi labor social, ayudarla), se encontraba este infante, tímido, callado, sin amigos y poco atento a las inútiles actividades que mandaba su profesora.
Dando siempre problemas (no precisamente por rebeldía), la víctima de los demonios me pidió con algo de misericordia si podía jugar con el pequeño niño o al menos ayudarlo en las actividades, yo acepté.

Jugué un rato con el, lo ayudé a dibujar algunas cosas y finalmente me senté en una pequeña silla donde no cabía ni la mitad de mi cuerpo a platicar con el.
Me preguntó:

-¿Y tu papá?.
-Trabajando.- Contesté
-¿Y tu mamá?.
-En la casa.

-¿Y tu papá?.- Pregunté.
-Trabajando.
-Mmm...¿y tu mamá?.

-Mi mamá está viviendo en el cielo, me dijo hace tiempo que tenía que irse pero que ella siempre iba a estar viéndome y cuidándome.


Tan sólo pude verlo a los ojos con una sonrisa y decirle:
-¿Por qué no vas a jugar con tus amiguitos?.

Ojos Rojos.

En los diferentes puntos de ansiedad y agonía se encontraba. Observaba su pálido y degradante rostro frente al espejo del baño, sus ojeras definían de forma incomprensible las tantas horas de descanso de las que su cuerpo carecía.
Parecía casi perfecto el momento para su persona en describir cada uno de sus demonios internos, quería hablar pero no le bastaba con entender el alrededor. Quería botar cada una de las cosas que lo estaban acosando.
Llevaba un tiempo enfermo, sabía que no había una verdadera cura para su enfermedad más que el empeoramiento hasta finalmente conseguir la muerte. Comprendía perfectamente que ya no había nada que pudiese alejarlo o salvarlo de su destino. Pacientemente, escuchaba su ipod.
En él, una canción que alguna vez le fue dedicada, “Little Motel” de Modest Mouse. Fumaba un cigarrillo para matar sus ansias, por momentos reía y en otros pocos derramaba algunas lágrimas preguntándose a sí mismo si había hecho lo correcto.
Bajaba con su dedo índice el párpado inferior de su ojo izquierdo y observaba con el otro las marcas rojas que sus vasos derramaban.

Ojos rojos observaba y roja sangre botaba su nariz. Las gotas caían bajo un liviano silencio que abrazaba las cuatro paredes del baño donde estaba.
Por medianos momentos, volteaba la mirada nuevamente y cantaba ante su único público, haciéndose su presencia placentera y única.
Sonreía y comentaba hacia él mismo que su dentadura era perfecta exceptuando el amarillo que comenzaba y se perdía en alguna parte de sus dientes. Su cabello, desgarrado, sucio y despeinado. Su principiante barba que tantas veces le gustaba y otras tantas detestaba.
Introdujo su rostro en unos pocos litros de agua que contuvo en el lavamanos y soltaba su agonía por medio de gritos que jamás nadie escucharía.
Se hicieron las 3 de la mañana y en la inmensa oscuridad de su habitación miró el techo por ratos y largos minutos. El sueño no llegó y la cura a su vida tampoco.
Sabía que estaba muerto pero por horas seguiría con vida. En cualquier momento su reloj marcaría la hora “0” y escucharía muy en el fondo de su cabeza las últimas lágrimas de sus familiares y amigos que chocarían fuertemente contra el suelo al caer.

Esa noche rezó. Sostuvo con su mano derecha el reloj que daría su partida y con la otra mano su ipod mientras escuchaba aquella canción que tanto le gustaba.

-Cantaba:
“....Cause that´s what I´m waiting for,
that´s what I´m waiting for,
that´s what I´m waiting for, aren´t I?...
....Cause that´s what I´m waiting for,
that´s what I´m waiting for,
that´s what I´m waiting for, darling...”.

Pasos Largos.

Caminaba bajo la lluvia tan sólo para pensar, aliviaba sus pensamientos y calmaba su atormentante cerebro por cierto tiempo.
Sostenía bajo su camisa una botella de Tequila José Cuervo Dorada. Se tambaleaba de lado a lado. La completa oscuridad de la noche no le permitía ver nada pero por medio de sus instintos sabía por donde tenía que ir. Tan sólo quería marcharse.
No pasaba ningún automóvil y ciertamente tampoco le importaba lo suficiente si alguno lo arroyaba en el medio de la calle. Se sentía ligero, por momentos paciente y breves minutos miraba hacia el suelo y observaba cuando las gotas de lluvia rebotaban contra el suelo. Comenzó a escuchar algunas voces, sabía que en algún momento comenzaría su locura pero jamás prestó tanta atención a ello ya que no lo veía venir tan pronto.
Bebía un poco de Tequila y se mantenía andando para tal vez llegar algún día a el fin del mundo. Un auto llegó y se acercó hacia el.

-Hey amigo, ¿necesitas que te lleve a algún lado?.

Lo observó tan simplemente como un hombre amable, preocupado y un poco solitario que se dirigía a un hogar que únicamente él ocupaba. A medida que el carro avanzaba lentamente, el caminante sonreía mientras escupía algunas gotas de lluvia y contestó:

-¡No gracias!, seguiré caminando, no puedo desaprovechar esta lluvia ya que no sé cuando volverá por mí.

-¿Hacia dónde te diriges?.

El caminante agachó la mirada y con una placentera sonrisa mientras seguía andando contestó:

-Voy al fin del mundo.

domingo, 7 de febrero de 2010

Un juego de niños.


Allí donde está la oscuridad, allí es donde me encuentro. Camino y no observo a ningún lado, tan solo veo vagas imágenes de luces incandescentes que se pierden en el fondo negro que rodea la habitación.
Empiezo a ver todo de una forma lenta y depresiva, en la oscuridad no pensamos mucho por el miedo a ser atrapados por algo, tan sólo me siento en un rincón, puedo ver mis zapatos, sucios, desteñidos, rotos, desde mi habitación a la que sigue por medio de un pasillo, hay una ventana que permite la entrada a la claridad de la luna.
Me da miedo avanzar, el terror se personifica en todo lo que no es visible para mi persona, el silencio se convierte en el ruido más agudo y yo sólo continúo sentado. Podría arrastrarme con los ojos cerrados hasta esa luz tan provocativa, me arriesgaría demasiado.
Al pasar hacia el otro cuarto pueden agarrarme, aquellas sombras, aquellos seres que no reconozco, todos aquellos que se ocultan en los espacios más simples de ambas habitaciones. No hay puertas, no puedo salir, sólo son 2 cuartos sin salida con una constante oscuridad.

Desde la pared donde estaba recostado, salió una malformación negra que se parecía a un ser humano, tenía el rostro volteado completamente, los ojos más abajo de la nariz, los dientes deformados:

-Tienes que ir hacia la ventana...es la única salida.- Me dijo.

No lo pensé 2 veces, me levanté con algo de miedo y cerrando los ojos decidí caminar hasta la ventana.
Intentaba agarrarme de las paredes para saber hacia donde me dirigía pero habían sombras que me rasguñaban y se reían de mi, por un momento el silencio que era tan incómodo desapareció y se convirtió en risas de voces no humanas. El miedo me consumía pero debía correr, eso hice.
Cuando llegué a la ventana, me asomé y lo único que pude ver más oscuridad, no tenía ningún sentido, ¿dónde estaba la luz tan placentera que iluminaba la habitación?, subí la mirada y parecía un bombillo en el medio del fondo del océano en plena noche. No me atreví a pasar hacia el otro lado de la ventana.
Salió nuevamente de la pared esa extraña cosa que me encontré al otro extremo del cuarto y me dijo:

-Rápido, tienes que ir hacia el otro extremo del cuarto.- Me miró y sonrió.
-Vengo de allá, ¿para qué quiero ir de nuevo hacia el otro extremo?.
-Porque no tienes ningún otro remedio.-Contestó.

El bombillo se apagó, sólo cerré los ojos.

sábado, 6 de febrero de 2010

El Preferido.

Salí a dar un paseo, no habían niños, no había gente, no habían animales, ningún tipo de ser vivo en toda la ciudad. El silencio mantenía cierta perspectiva sobre el sonido, ciertos ruidos que se hacían molestos. Podía escuchar mis pasos, podía escuchar como cada zapato se levantaba a medida que mis pies avanzaban. Observaba el cielo, el mundo gris, las nubes oscuras, el negro que abundaba en aquellos miles de algodones que flotaban en nuestra atmósfera.
Salí a dar un paseo, podía ver como caían las plumas del cielo, aquel cielo oscuro que tornó a rojo y sentí la furia de Dios. Conocí al que me mira todos los días, conocí al que me detalla cada hora, conocí al que conoce mis acciones minuto por minuto, conocí aquel que fija su mirada en mi persona cada segundo. El piso era barro, sentía como la tierra mojada penetraba la suela de mis zapatos. Dejó de ser barro, se convirtió en sangre.
Salí a dar un paseo, un paseo por el camino que recorría día a día, hora tras hora, minuto tras minuto, segundo tras segundo, donde había cemento que fue convertido en barro, barro que suspendía la sangre que caía del cielo, plumas de ángeles, alas caídas, caminé y pude ver claramente a lo largo del camino como dos ángeles bailaban bajo la pesada rítmica de una iglesia iluminada por un cielo negro y rojo que pertenecía a la oscuridad, aquella que se suspendió en los cielos del mundo. Dos ángeles me miraban, dos ángeles bailaban en un río de sangre y no me di cuenta que pisaba cadáveres de aquellos que caían, cadáveres de niños descuartizados, cadáveres de cráneos de ancianos. No podía hablar, forzaba los labios al movimiento pero estaban cosidos por hilos de metal. Mis labios estaban sellados, chorreaba sangre de mi boca y tan sólo me suspendí en un colapso nervioso. Los ángeles reían, parpadeé y la ciudad que conocía era un cementerio de cadáveres frescos, hogares con puertas selladas por trozos de madera, una tétrica música que provenía del piano de una iglesia desolada, sus vitrales estaban rotos, su aspecto era distinto.

Un ángel dejó de bailar, me observó con una sonrisa en el rostro y una mirada negra, me dijo:
-Caen ángeles del cielo rojo, aquel que miraste y odiaste porque no era para ti, aquel que miraste y aborreciste porque brindaba mucha claridad. ¿Entiendes el dilema del hombre?, ¿entiendes lo que Dios quiso hacer?, ¿entiendes por qué sólo logras ver oscuridad?, te lo has ganado humano, finalmente vives en el mundo que tanto deseaste, el mundo que ansiabas con tantas aspiraciones, ríos de sangre de seres que odiabas, oscuridad profunda de cielos que intentaban darte esperanzas, músicas muertas de aquellas que no escuchabas por repulsión a las melodías. Eres el preferido, eres aquel que tanto pidió y obtuvo lo que quiso, aquel que pudo tener algo mejor pero prefirió ver lo peor. Eres el preferido de aquel que no es tu Dios. Creaste el Apocalipsis. ¿Querías silencio?, pues ahí lo tienes. ¿Qué mas puedes pedir?.

Ardía por dentro, quería hablar, quería arrepentirme...quería pedir perdón.

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